pueblo

Si el rango y el dinero vienen acompañados del amor y la virtud, los aceptaría agradecida y gozaría con vuestra buena fortuna; pero sé por experiencia cuánta felicidad real se encuentra en una casa pequeña, donde se gana el pan diario y algunas privaciones dan mayor dulzura a los pocos placeres»

vi de septiembre de 2019 – veintiuna.ocho

Rebusco en mí misma esa sonrisa que permeaba mi rostro hace apenas una hora. Cruzo el umbral y la crispación se instala en mi garganta. Pero quiero escribir todos sus relatos. Las sandalias y las verbenas. Sus once meses en la mili y los cuadernos del tercer domingo después de Pascua. Con sus vidas quiero escribir su mejor obra. Para devolverles esta paz que me traen, este pueblo que me han dado. Y toda la inspiración que llevan consigo.

Qué suerte es tener unas abuelas así. Con una vida mísera y fascinante, con una historia de luchar contra la incerteza sin saberse en este guerra, con una voz aún brillante de vitalidad para que su relato no muera jamás. No sin que antes yo lo plasme en estos cuadernos, en mis cuadernos.

Mis abuelas iban a una escuela con el retrato de un dictador de decoración. Mis abuelas cantaban el ‘cara el sol’ entre lecciones. Mis abuelas iban a la escuela de un pueblo de 300 habitantes del valle leonés de Jamuz en la posguerra española. Sus clases las formaban chavalas de entre 6 y 14 años. Después, hasta luego a la enciclopedia que todo lo enseñaba. Grado medio, dice mi abuelo que se llamaba. De aquella época conservan unas fotocopias de los cuadernos que compartían con toda la clase. Escribían con pluma y el tintero era parte de la mesa. Utilizaba su mejor letra así toda ligada y firmaban al final de cada lección. Herreros de Jamuz, III domingo después de Pascua 1952. Cada texto acompañado de un dibujo coloreado. ‘La oración’ y un mozo de rodillas. ‘El pájaro y sus nidos’ y allí están de la mano de mi abuelo el tímido. ‘Felipe II’ que es hijo de Don tal y Doña pascual. Entraban a la escuela a las 9 o a las 10 hasta la una y comían en casa a apenas un tiro de piedra. Después de tres a cinco volvían al única aula bajo las órdenes de doña Julia. Si no ibas a misa el maestro te echaba la bronca en clase. A las cinco nada de jugar. Liberados de aprender tocaba ayudar en casa. A pelar col para los animales o nabos.

También debería hablar de los domingos de misa. Mi abuelo se escapaba a trabajar antes de la sacristía. Mi abuela no que su madre era muy cristiana.

Y de los cines de La Bañeza que fueron una vez juntas. Mi abuelo dice que dos. El cine Salamanca ¡y el cine California! Una vez ya casados fueron al teatro ¿López Alonso? y solo eran trece, doce de Herreros y uno de Jiménez. Y salían unos tipos desnudos.

También del trabajo en la Azucarera hasta las 10 de la noche. En bicicleta por esa carretera sin luz. Nieve o truene. Y de la decisión de partir. De no saber que había algo más allá de esa vida que era sobrevivir. Trabajar el campo para saciar su hambre y cebar a sus animales. Que hambre no pasaron nunca pero miseria… Patatas para desayunar, para comer y para cenar. Y tocino, y algunos garbanzos. De cómo los huevos nunca eran para ellas pero un día de chico, le invitaron a huevos cocidos porque iba con ¿Pepe?

Ai, y de las sandalias de mi abuela. Su madre Josefa ahorró meses para regalárselas con apenas ocho septiembres. Y es como si las estuviera vistiendo ahorita mismo. Con tiras de colores. Se las puso cuando se disfrazó de hebrea en la iglesia.Llevaba una tela azul para cubrirse como del mismísimo tiempo de N.S.J. (nuestro señor jesús). Luego la llevaron a una modista para hacerle su vestido de la fiesta. ¡Ese ya te servía para todos los domingos! Tenías uno y nada más. También la modista le hizo su primera chaqueta esa vez al año que iban a La Bañeza. Chino chano no te creas. Era roja como del género de las faldas de leonesa.

Mi abuelo sobrevivió once meses de mili con una sola novela del oeste. Se las intercambiaban entre compañeros y en ese cuartel a las afueras de Madrid nacieron sus ansias por leer todo lo que le ponían por delante. Ojalá algún día mi libro sobre él.

Sobre don Darío de Madrid que pasaba sus veranos en Herreros. El jefe de la Falange. ¡Qué malo era! Él y el cura tenían todo el poder de quien vivía y quién moría. Como aquel de Jiménez que dio la vuelta y se salvó.

Ai, y las verbenas y los teatros… La vida es sueño y los sueños, sueños son.

– A

IMG_6853
retrato de casa
y leerse a una misma como medicina para la distancia. llevo el mundo, mis gentes en ese cuaderno. y me abrazo por ello.
algún día escribiré mi obra maestra leonesa. estos son solo algunos apuntes.
es la historia de mi familia y la de media españa. arar para sobrevivir. emigrar para vivir. y volver cada verano al pueblo. porque es casa, un hogar raro. puro.

 

 

 

Tuya sinceramente,

mujercita

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