sin sexo no hay libertad

La prudencia es mi destino y tengo que conformarme. He venido aquí para moralizar, no para oír cosas que me den ganas de brincar.»*

“Me doy cuenta de que no sé decir ‘violar’ en árabe, pero ella y yo nos hemos entendido perfectamente”. Leila Slimani destripa con voces atemorizadas y copiosas de inteligencia la vida sexual en su Marruecos natal. En ‘Sexo y mentiras’ (Cabaret Voltaire) se describe la opresión, la hipocresía y las contradicciones de unas sociedades obsesionadas con el puritanismo a la vez que líderes en el consumo de pornografía. El mundo árabe presume de devoción a costa de los derechos de la mitad de su población.

Nadie es libre políticamente si no dispone con libertad de su propio cuerpo, y las marroquíes (y las jordanas, las palestinas, las egipcias…) se sienten intrusas en sus caderas. “Mientras las mujeres no calibren en su justa medida el estado de inferioridad en que las mantienen, no harán más que perpetuarlo”, reivindica Slimani entre las páginas de este libro terremoto. “Una mujer, cuyo cuerpo se somete a semejante control social, no puede cumplir plenamente su papel de ciudadana”.

Así pone palabras en esa eterna contradicción que siento por el lugar al que quiero consagrar mis días. Gran parte de los gobiernos de Oriente Medio y el norte de África se proclaman amos y señores de la sexualidad de sus mujeres en el nombre de la identidad nacional. Lo decía el autor turco Zülfü Livaneli en su novela ‘Mutluluk’ (Felicidad): “en todo el Mediterráneo, la noción de honor se sitúa entre las piernas de las mujeres”.

HIPOCRESÍA Y CHISMES

En ese honor se esconde ferviente deseo que apenas encuentra voz. Y si alguna vez halla compañera, consigo vendrá el castigo ya que en Jordania, Líbano, Siria, Arabia Saudí, Yemen, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y un terrorífico etcétera el adulterio sigue duramente sancionado. En muchas ocasiones ya hay penas por “relaciones sexuales ilícitas”. Slimani lo advierte: “fuera del matrimonio no hay salvación”.

El puritanismo de las sociedades musulmanas vive del miedo, de la preocupación por el “¿qué dirán?” y las inseguridades al salirse de la norma. La médica y feminista islámica Asma Lamrabet advierte del peligro de ciertas identificaciones en unas comunidades cada vez más religiosas. “La visibilidad del cuerpo femenino está determinando el grado de islamización de una sociedad; el honor, la imagen, la transmisión de la tradición, la virtud, todo recae sobre los hombros femeninos”.

De este continuo interrogante por saber qué hace la vecina, se nutren los poderosos. “Se mantiene a los ciudadanos en un estado de frustración y, así, su principal preocupación es saber con quién y cómo van a follar, en lugar de rebelarse contra sus condiciones de vida”, decía Zhor, una de las marroquíes entrevistadas. Siempre recordaré la generosidad de los supermercados jordanos con decenas de bolsas de plástico para que desde el balcón tu prójimo envidie tu opulencia.

Pero estas restricciones a tocarse unas a otras surgen de la invención de mentes colmadas de privilegio y palabrería en nombre de la religión. Pero, ¿cuál? “En los primeros tiempos del islam el sexo distaba mucho de ser un tabú; era una fuente de equilibrio y de plenitud del ser humano”, oh sí, «consideraba que no hay motivo para tachar de impuro algo que ha sido creado por Dios.” ¿Cómo renunciar a un regalo de Alá? Bueno, vino Europa a decir la suya con la colonización y el maldito progreso. “En la actualidad, el legislador no recurre a la sharía o a las referencias religiosas [en materia de libertad sexual], sino al derecho positivo heredado del Protectorado”.

MONSTRUO EN EL ESPEJO

La hipocresía también se cierne sobre la antigua metrópoli. “Nuestra relación con Occidente es complicadísima”, reconocía Faty Badi en el libro, “es un modelo y, al mismo tiempo, un monstruo del que hay que huir.” A mi mente han venido docenas de conversaciones en Palestina o en Jordania en que la gente presumía de haber viajado a Europa pero al hablar de nuestras costumbres las despreciaban como haram. Nunca logré comprenderlo.

Slimani le ha dado un poco de luz a esta contradicción y tiene mucho de política. “Me baso en unos valores universales y rechazo absolutamente la idea de que la identidad, la religion o cualquier legado histórico despojen a los individuos de unos derechos que son universales e inalienables”, declara. “Al contraponer una identidad musulmana, basada en la virtud y la abstinencia, a una cultura occidental que sería supuestamente la de la depravación, se está negando por completo nuestro legado cultural. La cuestión no es identitaria ni moral, sino política. Se puede considerar que si los musulmanes no tienen derechos sexuales es porque la mayoría de los regímenes en los que viven se sustentan en la negación de las libertades individuales.” Nadie como ella podría haberlo dicho mejor.

El conservadurismo en estos países vive del odio a Occidente. Cualquier reivindicación de los derechos humanos se rechaza por su supuesta influencia occidental por parte de los islamistas asentados en su poder y en su privilegio. «Abandonemos esos antagonismos: islam y valores universales de la Ilustración; islam e igualdad de sexos; islam y placer carnal”, aboga la autora. A Slimani no la frenan las críticas de islamófoba u orientalista porque sus argumentos no lo son. Yo, que siempre me he mantenido prudente al verme culpable de proyectar la idea de progreso en mi querido  aunque retrogrado mundo árabe, ahora bebo de sus palabras.

“La tensión entre el deseo de modernidad y el arraigo —auténtico o ficticio— de los valores tradicionales minan por dentro a la sociedad marroquí; la miseria sexual tiene unos orígenes y unas incidencias de naturaleza política, económica y social.” Y así se consumen las jóvenes musulmanas. Mientras la sociedad avanza temerosa aunque convencida, las leyes se muestran impasibles. “La mujer es madre, hermana, esposa e hija, antes de ser un individuo”, aquí también nos hace temblar este argumento, “garantiza el honor de la familia y, lo que es peor, la identidad nacional”.

La “virtud” de estas mujeres es “un asunto público”. “Aún no se ha inventado una mujer que no pertenezca a nadie, que solo responda de sus gestos como un ciudadano cualquiera y no en función de su sexo”, denuncia Slimani. No existe en sus televisiones ni en sus parlamentos pero se inventa a así misma en sus calles y en las noches colmadas de valentía. De una rebeldía letal pero comprometida con las suyas. Y de un deseo rebosante de inspiración.

 

*{A veces hay libros que te hablan con tal fuerza que es imposible no querer compartirlos. ¡Al carajo con la prudencia!}

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no sin mi lápiz.

 

 

 

 

 

tuya sinceramente,

mujercita

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